Ephesians 4

II. EXHORTACIONES LOS DIVERSOS ESTADOS

La unidad del Espíritu y diversidad de dones

1Os ruego, pues, yo, el prisionero en el Señor, que caminéis de una manera digna del llamamiento que se os ha hecho, 2con toda humildad de espíritu y mansedumbre, con longanimidad, sufriéndoos unos a otros con caridad, 3esforzándoos por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz
3. La unidad del Espíritu: Es el misterio que nos explica S. Cirilo Alejandrino diciendo: “Al hablar de la unión espiritual seguiremos el mismo camino y diremos que cuando recibimos al Espíritu Santo, nos unimos entre nosotros y con Dios en una sola unidad. Tomados individualmente, somos numerosos, y Cristo derrama en el corazón de cada cual su Espíritu y el del Padre; pero este Espíritu es indiviso, reúne en una sola unidad a los espíritus separados de los hombres, de modo que todos aparezcan formando como un solo espíritu. De la misma manera que la virtud del Sagrado Cuerpo de Cristo forma un cuerpo de todos aquellos en que ha penetrado, así también el Espíritu de Dios reúne en una sola unión espiritual a todos aquellos en quienes habita”.
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4Uno es el cuerpo y uno el Espíritu, y así también una la esperanza de la vocación a que habéis sido llamados
4 ss. “Este texto recuerda a 1 Co. 12, 4-6, en que el orden de las Divinas Personas es el mismo: el Espíritu, el Señor, Dios” (Prat).
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5uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, 6uno el Dios y Padre de todos, el cual es sobre todo, en todo y en todos. 7Pero a cada uno de nosotros le ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo
7. Las gracias o carismas son particulares del que los recibe, y enriquecen al Cuerpo místico sin afectar su unidad, porque todos son dones del mismo Espíritu. Véase Rm. 12, 3 y 6; 1 Co. 12, 11; 2 Co. 10, 13.
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8Por esto dice: “Subiendo hacia lo alto llevó a cautivos consigo, y dio dones a los hombres”
8. Es una cita tomada del Sal. 67, para aplicarla a la Ascensión del Señor. Antes había bajado a los lugares más bajos de la tierra (v. 9), es decir, a los infiernos, al Limbo de los Padres, donde libró a los “cautivos”. Cf. Sal. 67, 19 y nota.
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9Eso de subir, ¿qué significa sino que (antes) bajó a lo que está debajo de la tierra? 10El que bajó es el mismo que también subió por encima de todos los cielos, para complementarlo todo. 11Y Él a unos constituyó apóstoles, y a otros profetas, y a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores
11. Jesucristo es la fuente de todas las energías vitales del Cuerpo Místico. De Él se derivan y dependen todas las capacidades, vocaciones o ministerios que contribuyen a su desenvolvimiento. Cf. v. 16 y nota.
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12a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del (pleno) conocimiento del Hijo de Dios, al estado de varón perfecto, alcanzando la estatura propia del Cristo total
13. Quiere decir: no debe haber estancamiento en la vida espiritual. Todos deben alcanzar la plena madurez “que llegue aun a la ciencia profundizada (epígnosis) de la revelación de Cristo” (Pirot). Y el crecimiento de cada uno debe ser en ese conocimiento de Cristo (3, 19) hasta llegar a la edad perfecta de Cristo, o sea a la plenitud de sus dones. S. Pablo nos muestra así el carácter creciente (v. 15) y orgánico de nuestra fe. Una piedra puede permanecer inmutable, pero un ser vivo no puede estancarse sin morir (Col. 1, 28). Cuán lejos estamos de vivir tal realidad, nos lo recuerda Mons. Landrieux al decir que la formación religiosa de la gran mayoría de los adultos, “tiene siempre la edad de su primera comunión”, por no haber conocido el Evangelio desde niños.
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14para que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error
14. San Pablo da extraordinaria importancia a la ilustración de nuestra fe por el conocimiento (v. 22 ss.) para que pueda ser firme contra los embates del engaño, principalmente cuando este reviste las apariencias de la virtud, según suele hacerlo Satanás (Mt. 7, 15; 2 Co. 11, 14; 2 Tm. 3, 5, etc.). En 2 Ts. 2, 9-12 nos confirma que será precisamente la falta de amor a esa verdad libertadora, lo que hará que tantos sigan al Anticristo, creyendo en él para propia perdición. Cf. 5, 12; 1 Co. 12, 2 y notas.
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15sino que, andando en la verdad por el amor, en todo crezcamos hacia adentro de Aquel que es la cabeza, Cristo
15 s. Claro está que quien vive en el amor de Dios, anda en la verdad, como que aquel procede de esta (Ga. 5, 6), y no se podría tener el coronamiento del edificio, que es el amor, sin tener antes el cimiento, que es la verdad revelada, en la cual S. Pablo quiere que estemos firmes contra las seducciones intelectuales o sentimentales de los falsos doctores (v. 14). Pero, como muy bien lo observa el P. Bover en “Estudios Bíblicos” (julio de 1944), aquí se trata de mostrar que el crecimiento es por el amor, según se confirma al fin del v. 16. Hemos, pues, preferido traducir en tal sentido, como lo hace análogamente Buzy. Esto se corrobora en 2 Ts. 2, 10, donde el Apóstol, hablando del Anticristo, nos enseña que los que serán seducidos por error, como aquí se dice en el v. 14, se perderán “porque no recibieron el amor de la verdad”. Tal es el sentido en que hemos tomado el participio aletheuóntes, que suele traducirse de muy diversas maneras. Véase 3, 17 y nota, sobre el arraigo en el amor. Aplicando este pasaje al mundo económico social, dice Pío XI en la Encíclica “Quadragesimo Anno”: “Hay, pues, que echar mano de algo superior y más noble para poder regir con severa integridad ese poder económico de la justicia social y de la caridad social. Por tanto... la caridad social debe ser como el alma de ese orden; la autoridad pública no debe desmayar en la tutela y defensa eficaz del mismo, y no le será difícil lograrlo si arroja de sí las cargas que no le competen”. Cf. Col. 2, 19.
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16De Él todo el cuerpo, bien trabado y ligado entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en el amor.

Renovarse en Cristo

17Esto, pues, digo y testifico en el Señor, que ya no andéis como andan los gentiles, conforme a la vanidad de su propio sentir, 18pues tienen entenebrecido el entendimiento, enajenados de la vida de Dios por la ignorancia que los domina a causa del endurecimiento de su corazón, 19y habiéndose hecho insensibles (espiritualmente) se entregaron a la lascivia, para obrar con avidez toda suerte de impurezas. 20Pero no es así como vosotros habéis aprendido a Cristo, 21si es que habéis oído hablar de Él y si de veras se os ha instruido en Él conforme a la verdad que está en Jesús, a saber: 22que dejando vuestra pasada manera de vivir os desnudéis del hombre viejo, que se corrompe al seguir los deseos del error
22 ss. Cf. Rm. 8, 13; 12, 2; Col. 3, 9; Ga. 6, 8. Los deseos del error, expresión de enorme elocuencia para mostrarnos la parte principal que en nuestras malas pasiones corresponde a la deformación de nuestra inteligencia. Cf. v. 24; 5, 9 y 14; 1 Ts. 4, 5; 2 Tm. 1, 10, etc.
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23os renovéis en el espíritu de vuestra mente, 24y os vistáis del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad
24. Véase Rm. 8, 13; Col. 3, 9; Ga. 6, 8. Quiere decir: Renovaos interiormente en vuestro espíritu, conformándoos a la imagen de Jesucristo. Así os desnudaréis del hombre viejo (v. 22), que es corrompido y sometido al pecado (Ga. 5, 16). Creado según Dios, “lo cual no es otra cosa sino alumbrarle el entendimiento con lumbre sobrenatural, de manera que de entendimiento humano se haga divino, unido con el divino, y, ni más ni menos, informarle la voluntad con amor divino” (S. Juan de la Cruz). Esto nos coloca en la justicia y santidad de la verdad, que es, como dice Huby, “el ambiente vital y el clima espiritual” propio del hombre nuevo. Vemos así una vez más la importancia básica insustituible que, para la vía unitiva del amor, tiene la vía iluminativa del conocimiento espiritual de Dios. Cf. Jn. 17, 3 y 17.
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25Por esto, despojándoos de la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo, pues somos miembros unos respecto de otros. 26Airaos, sí, mas no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestra ira
26. Cf. Sal. 4, 5. No se ponga el sol sobre vuestra ira. Aquí vemos que el acto primero de la cólera es una flaqueza inevitable de nuestra carne “y aun puede haber ocasiones en que una santa ira sea un deber” (Fillion) Véase Mc. 3, 5; Jn. 2, 15. Lo que S. Pablo quiere es que no consintamos en esa mala tendencia de nuestra naturaleza caída. Cf. v. 31; Mt. 5, 22; Ga. 5, 20; 1 Tm. 2, 8; Tit. 1, 7; St. 1, 19, etc.
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27no deis lugar al diablo
27. “En donde hay ira, no está el Señor, sino esta pasión amiga de Satanás” (S. Clemente). Cf. St. 1, 20. S. Crisóstomo llama por eso a la ira “demonio de la voluntad”; y S. Basilio dice también que el que se deja dominar de la ira aloja en su interior a un demonio. Sobre esta expresión “dar lugar”, véase Rm. 12, 19 y nota.
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28El que hurtaba, no hurte más, antes bien trabaje obrando con sus manos lo bueno, para que pueda aun partir con el necesitado. 29No salga de vuestra boca ninguna palabra viciosa, sino la que sirva para edificación, de modo que comunique gracia a los que oyen. 30Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual habéis sido sellados para el día de la redención
30. No contristéis el Espíritu Santo: Él es, dicen S. Agustín y S. Gregorio, el que nos hace desear las cosas celestiales y nos llena con los consuelos de su gracia. ¿Puede haber mayor motivo para mirarlo en nuestra devoción como al Santo por antonomasia? En efecto, la misión que atribuimos más comúnmente a los santos es la de intercesores delante de Dios para que rueguen por nosotros. Y S. Pablo nos enseña que el Espíritu Santo ruega por nosotros, y precisamente cuando no sabemos y para suplicar lo que no sabemos (Rm. 8, 26 s.). Y también cuando sabemos, pues en tal caso es Él mismo quien nos lo está enseñando todo, como luz de los corazones (“Lumen cordium”) (Jn. 14, 26), y nos está animando a orar como a Dios agrada (v. 28; Lc. 11, 3; Rm. 5, 5 y nota), es decir, con la confianza de niños pequeños que le dicen “Padre” (Ga. 4, 6). Jesús nos señala especialmente este papel de intercesor que tiene el Santo Espíritu, cuando lo llama el Paráclito, que quiere decir el intercesor y también el que consuela (Jn. 14, 16), y nos dice que para ello estará siempre con nosotros (ibíd.), y aun dentro de nosotros (Jn. 14, 17), es decir, a nuestra disposición en todo momento para invocarlo como al Santo por excelencia de nuestra devoción, porque Él es, como aquí se dice, el sello de nuestra redención, y la prenda de la misma (2 Co. 1, 22), por ser Él quien, aplicándonos los méritos del Hijo Jesús, nos hace hijos del Padre como es Jesús (1, 5), y por tanto sumamente agradables al Padre, para poder rogarle con confianza. Todo lo cual se comprende muy bien si pensamos que ese Santo Espíritu es precisamente aquel por quien el Padre y el Hijo nos aman a nosotros, el mismo Amor con que se aman entrambas Personas. La maravilla es que este Amor no sea aquí un simple sentimiento, sino también una tercera Persona divina, el Amor Personal, propiamente dicho. De ahí que, siendo una Persona, podamos dirigirnos a Él como a los santos, recordando que, aun aparte de ser infinitamente poderoso como Intercesor, tiene hacia nosotros una benevolencia que ninguno podría igualar, una benevolencia infinita, como que Él es el Amor con que se aman el Padre y el Hijo.
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31Toda amargura, enojo, ira, gritería y blasfemia destiérrese de vosotros, y también toda malicia. 32Sed benignos unos para con otros, compasivos, perdonándoos mutuamente de la misma manera que Dios os ha perdonado a vosotros en Cristo
32. Aquí está sintetizado el Evangelio, desde el Sermón de la Montaña (Mt. 5 ss.) hasta el Mandamiento Nuevo de Jesús (Jn. 13, 34).
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